La fábula del zapato: sanar heridas

Welcome everybody! La fábula del zapato me la habréis oído contar en muchas de mis conferencias, en diferentes partes del mundo y tiene una lección final muy poderosa.

 

La fábula del zapato

La herida del pie

Hace muchos años vivió en un reino del Lejano Oriente una adolescente llamada Verónica, la cual era hija de un zapatero.

Un día, corriendo por el campo se hizo una pequeña pero profunda herida en el pie, justo debajo del tobillo derecho, que tardó mucho tiempo en curar y de la cual Verónica no se percató.

La misma noche en que se produjo la herida tenían lugar los festejos del reino, y ella sentía mucha ilusión por asistir al baile popular en la plaza del pueblo con su mejor atuendo. Se puso su vestido y corrió a probarse sus zapatos azules de tacón alto.

Llevaba días imaginándoselos puestos. Al probárselos vio que le hacían mucho daño, así que se dirigió al taller de su padre y con un martillo golpeó la parte interior del zapato en el lugar que coincidía con el punto situado por debajo del tobillo derecho. Por más que lo golpeó y lo deformó, cada vez que se lo probaba, el zapato seguía haciéndole daño. Maldijo el zapato y lo descartó. Tomó el siguiente par y repitió exactamente el mismo proceso. Luego otro y otro.

Llegó a la conclusión de que todos los zapatos estaban mal hechos para su pie.

Se mantuvo convencida de ello hasta el día que reconoció que tenía una herida debajo de su tobillo. La curó y como por arte de magia, de repente ningún zapato le hacía daño.

Su herida

Unos años más tarde, cumplidos los dieciocho años, Verónica conoció a su primer novio, Arturo. Ambos se querían mucho, pero ella tenía un temperamento desmesurado.

De vez en cuando era incapaz de controlar su carácter y lanzaba a Arturo gritos y ataques con el fin de que él cambiase su forma de actuar y se
adaptase al criterio de ella. Durante una de estas agitaciones violentas, Arturo sintió que algo se rompía dentro de él y que no podía continuar con la relación.

Verónica lloró desconsolada y llegó a la conclusión de que Arturo tenía una personalidad incompatible con la de ella. «Tengo que encontrar al hombre correcto para mí», refunfuñó convencida.

Llegó el segundo novio, luego el tercero, el cuarto y hasta el décimo.

El episodio se repitió con todos ellos, y cada una de las relaciones fracasó.

«Todos los hombres son iguales», concluyó.

La verdadera herida

Un día recordó su zapato azul. Recordó las decenas de pares de zapatos que maldijo y tiró a la basura. Recordó su conclusión de que todos los zapatos estaban mal hechos. Recordó el día que reconoció que tenía una herida en el pie y que el problema no lo provocaban los zapatos, sino su herida.

Ese día se abrieron sus ojos. «No me lo puedo creer —se dijo—. He actuado con mis novios igual que con mis zapatos. Los he golpeado con mi temperamento igual que golpeé mis zapatos con mi martillo, sin darme cuenta de que el problema en la relación no lo causaban ellos, sino yo, igual que el dolor en mi pie no lo causaba el zapato, sino mi herida».

Ese día empezó a trabajar para curar las partes de su personalidad que no estaban sanas ni en equilibrio. Dejó de lanzar ataques a modo de martillazos para intentar hacer cambiar a otros, como cuando golpeaba el interior de los zapatos para amoldarlos.

Dejó de descartar personas por considerarlas inadecuadas, igual que en su día aprendió a dejar de descartar zapatos.

¿Y qué sucedió? Se acabó enamorando del primer novio que tuvo después de ese aprendizaje. No porque él fuera perfecto, sino porque ella sanó
sus heridas.

— Cuando tú mejoras, mejoran cuatro cosas: la T, la O, la D y la O. 

Esta es una de las muchas fábulas, historias y experiencias que cuento en mi libro Los 88 Peldaños de la Gente Feliz. Una historia, que no sé si a ti, pero que para mí tiene una lección muy poderosa.

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